jueves, 14 de febrero de 2013

Javier H. Rosado - Textos de prólogo

Transcribo, a continuación, el texto que entregué en mayo de 1999 a Alicia Graciela Videla Palma, “Chela”, compañera sentimental de Carlos Lorenzo, para cumplir las últimas voluntades de Carlos y que sirviera de prólogo a la primera y póstuma edición de Emma Burgos que entonces fue registrada en Madrid, y de la cual desconocemos si finalmente llegaron a publicarse y distribuirse algunos ejemplares. Hoy, catorce años después, celebramos que la novela haya sido recientemente editada, y esté siendo distribuida, por Pablo Lorenzo, hijo del autor. Sirva este texto, sobre todo, como mi humilde homenaje al artista y al amigo, Carlos Hugo Lorenzo Iglesias. “La carnalidad era para Emma la forma más cabal de dar y recibir felicidad; por lo menos, para la que mejor estaba dotada. Se entregaba a la voluptuosidad como una forma de trascendencia. Como a casi todas las búsquedas de felicidad, sólo las normas sociales le ponían límite. El poder se fundamenta en crear transgresiones donde pueda encontrarse la libertad (Emma Burgos, 2013, p. 305).” Inmersa en una Argentina sacudida por los sucesos de su contemporánea historia, la vida de Emma Burgos es una búsqueda incesante de una felicidad que se le escapa, contenida y disuelta en cada momento; una felicidad sin límites y a la que sólo se puede aspirar mediante la transgresión de toda norma. La única realidad para Emma es la entrega absoluta al goce de la vida en su totalidad. Ésta es su transgresión. Pero la vida de Emma Burgos trasciende la suma de los acontecimientos que la conforman. La obra nos presenta, ante todo, el testimonio descarnado de una mujer, de un lugar y de una época, que nos lleva, en un torrente de emociones, desde el fresco sabor de una Argentina floreciente y utópica -más anhelada por algunos que real- al frío y duro tajo de una realidad cortante, cruel y desencantada. Pero -casi sin pretenderlo- los hechos concretos van más allá del contexto inmediato en que se desarrolla la trama, y entonces, ya no se trata de una vida y de un país, sino acaso de muchas otras vidas y de muchos otros países. Acaso sea éste el embrujo cautivador que suscita la obra al leerla: trascender los acontecimientos que se narran, para expresar aquello que los engloba y los universaliza. La historia de Emma es tal vez la propia historia de Argentina, y aun de toda Latinoamérica: una tierra ilusionada y llena de esperanzas que fueron traicionadas y abortadas por aquéllos que aún hoy especulan y comercian con la felicidad de las personas. En este sentido, la novela nos presenta una Argentina desde dentro, usada y frustrada en sus más íntimas intenciones y en sus más frescos deseos; y Argentina es Emma Burgos, y Emma Burgos es Latinoamérica, y es España, y soy yo, y muchos de nosotros. Acaso sea éste el mensaje último que puede vislumbrarse en el horizonte de la obra: Que cada aliento y cada lágrima, que cada goce y cada estremecimiento que brota de la piel enardecida de Emma Burgos, es Argentina, es la vida y somos nosotros. “Quizás el lector comparta mi conclusión de que las emociones de los hombres son patéticamente las mismas en cualquier lugar del mundo (Carlos Lorenzo)”. Acaso Emma no es sino un símbolo de aquello que inunda nuestras vidas y fluye cuando todo es natural, espontáneo, fresco... Es cierto: Emma Burgos es mucho más que una novela; tiene ese extraño y difícil arte de parar el tiempo, de detenerlo, de fijarlo a una realidad que se extiende y llega a la intemporalidad de las emociones humanas. Basta abrir el libro por cualquiera de sus páginas para beber el manantial inagotable y fresco de Emma Burgos, de Argentina, de todo cuanto irradia el amanecer súbito del deseo, de la ilusión, de la esperanza; y entonces, embriagados con el aroma inconfundible de su esencia, emanamos por cada poro de la piel sus (nuestros) más íntimos secretos. Porque la historia de Emma no es sino, tal vez, simbólicamente, la viva historia de muchos de nosotros, en nuestros más profundos anhelos y en nuestras frustraciones más profundas; porque Emma Burgos no se lee, se vive; porque sus palabras -en cuanto testimonio humano- son eternidad; tal vez sea por esto que la novela sensibiliza tan especialmente, estremece al lector en cada frase, entusiasma de tal forma que se siente imborrable la huella de Emma Burgos en el alma... hasta su abrupto e impactante final. Yo también amé a Emma Burgos; amé su espíritu trémulo, su larga y negra melena, su piel anhelante, su risa inconfundible... Amé su cuerpo y su pasión indómita: Emma Burgos es la transgresión, y es la vida; ¿quién no amó, alguna vez, a esta mujer? ¿Quién no amó, alguna vez, el huracán que arremete hacia el gozo infinito de su calma? ¿Quién no albergó en su interior, alguna vez, el inefable sabor de la esperanza; o al menos, la turbulencia tenue de una ilusión?... **** PUBLICADO EN “EL PAÍS semanal”, de fecha 18 de octubre de 1998: Entrevistador: ¿Se siente usted como una especie de salvador de Argentina? Carlos Ménem: Pero es que fue así... El que cambie el rumbo que nosotros le hemos dado a la República Argentina, tengo la seguridad de que va a fracasar. Y el fracaso de un gobernante es el fracaso de un pueblo. Entrevistador: ¿Cree sinceramente que en Argentina no hay nadie, y no hablo de individuos sino de sectores sociales, que pueda sentirse defraudado por el modelo que usted implantó? Carlos Ménem: Por supuesto, no voy a creer. Por favor... Cuando yo llegué al gobierno, teníamos 60 millones de dólares en el Banco Central. Actualmente tenemos más de 30.000 millones de reservas, y el sistema financiero, a partir de los depósitos, tiene más o menos 75.000 millones de dólares... Las negociaciones con el FMI han dado como resultado unos 10.000 millones que nos permiten estar a cubierto de los vencimientos de deuda que tengamos el año próximo... Entrevistador: ¿Y el tango? Carlos Ménem: Es parte de mi vida, lo bailo, lo escucho permanentemente... **** Definitivamente... Emma Burgos es una fantasía que habité y añoro. Madrid, mayo de 1999. Javier H. Rosado

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